En 2017 el 54,5 % de la población mundial ya vivía en ciudades (una cifra que alcanza el 75 % en Europa y el 82 % en Estados Unidos). La dureza de la vida del campo, la dificultad para vender sus productos, el retraso en la llegada de infraestructuras (agua, electricidad, acceso a las tecnologías…), la poca rentabilidad que supone la prestación de servicios y comercio, entre otros, hacen que la balanza se incline indiscutiblemente a favor de la ciudad.
Otro factor que impulsa el crecimiento de las ciudades: la pobreza. Un amigo me contaba que tras unos días recorriendo zonas especialmente desfavorecidas en Marruecos, en una pequeña casa de comidas vio una televisión en la que se captaba la señal de un canal español. Al ver un anuncio de comida de gatos, se preguntó si los jóvenes que veían eso se preguntaban qué hacían en un país sin futuro cuando los gatos viven tan bien en España.
La migración a la ciudad ha tenido dimensiones abrumadoras ¿Cómo se vive en mega urbes como México DF, Tokio o Delhi? ¿Son ciudades sostenibles, saludables y seguras? ¿Cómo viven los más desfavorecidos? Su crecimiento ha sido desordenado y sin políticas de planificación a largo plazo. No se ha pensado en los mayores ni en lo pequeños, las mujeres han cargado con la parte más dura. No se ha pensado en cómo desplazarse de una forma lógica, cómoda y eficaz. El metro cuadrado es cada vez más caro, las casas cada vez más pequeñas y las personas menos felices y más desesperanzadas. Es la gran diferencia entre vivir en una ciudad grande y una ciudad mediana o pequeña: la calidad de vida.
Cuando llegamos a una ciudad pequeña o mediana que no conocemos, casi siempre hay algo que nos llama la atención. El pavimento, la iluminación, los edificios, los espacios públicos, la vegetación y las personas encajan. Hay una armonía, una lógica, que se puede identificar como buen urbanismo. Tenemos que recuperar y valorar a los urbanistas frente al caos al que nos han llevado los excesos de las sucesivas burbujas inmobiliarias. Hay otro factor muy complicado de abordar: el uso del coche como transporte privado e individual, como símbolo de status social.
El año pasado, España emitió 214,847 Mt de CO2 que se calcula causaron 31.600 muertes prematuras. Además, según la Agencia Europea de Medio Ambiente tiene un claro coste económico: 926€/año
¿Es esto calidad de vida?
El coche eléctrico se presenta como una solución, aunque la fabricación de un coche de este tipo requiere de 4.000 litros de agua y genera 25 toneladas de CO2, mucho más que uno tradicional de combustión.
La solución es, en realidad, otro modelo de transporte. El uso del coche debe ser ocasional, el transporte público de calidad y asequible y la peatonalización y creación de carriles bicis, imprescindibles, para que el uso individual del vehículo al que estamos tan acostumbrados sea innecesario.
¿Creímos alguna vez que íbamos a ver la ciudad sin coches?
Pues sí; llegó la pandemia y con el confinamiento nos encontramos con un cambio de vida radical. De pronto había más tiempo para reflexionar, vivir de verdad la propia vivienda y valorar sus características: tamaño, espacios, luz, orientación… Cuando se reactivó el mercado inmobiliario, quien pudo buscó casas con terrazas amplias, más adaptadas a la vida familiar o incluso se fue al campo.
La posibilidad del teletrabajo también ha dado un vuelco al concepto del trabajo y del estudio. Parecía que el silencio, el aire limpio, la llegada de más aves… iba a cambiar nuestra forma de valorar la calidad medioambiental, pero, por desgracia, parece que estas ventajas se nos han olvidado rápidamente. Los ciudadanos europeos, y españoles, son los primeros en pedir el freno de la emergencia climática y está demostrado que están dispuestos a cambiar para conseguirlo, pero se encuentran con barreras en muchos casos.
La presión de las grandes corporaciones para desacelerar la transición hacia modelos sostenibles, así como el greenwashing, con el que muchos consumidores se ven engañados sobre lo que es o no ecológico, nos demuestra que lo que tenemos que hacer es cambiar profundamente nuestra forma de vida, de producción y de consumir.
Además, en España hay cerca de cinco millones de personas en situación de pobreza severa, consumidores en situaciones muy vulnerables. Por eso debemos tener claro que la vivienda, energía, alimentación, comunicación, el agua y el transporte tienen que estar garantizados para que nadie se quede atrás.