Hay una máxima que se cumple siempre en el tráfico, a la que me gusta llamar el “efecto empanao” que viene a significar que, en cualquier momento de la circulación, siempre, siempre, SIEMPRE hay alguien que va a hacer lo que no debe, ya sea porque está pensando en las musarañas, sintonizando la radio del coche, un peatón mirando el móvil, un conductor despistado que ha tomado un giro mal y se encuentra en una calle en dirección contraria o alguien que conduce con ojo y medio en los niños que van en el asiento de atrás.
Éste es un problema complicado para el tráfico (si dudan, pregunten a la DGT) porque además de ser difícil de resolver es totalmente aleatorio y multiforme, es decir, puede aparecer en cualquier momento y de cualquier manera: Un peatón cruzando en rojo porque va mirando el móvil, un coche girando brusco porque se pasa una salida, un frenazo inesperado porque no vio a alguien que cruzaba un paso de peatones… Cualquiera puede ser un empanao, incluso usted y yo seguro que lo hemos sido en algún momento. Y todo esto, sin contar con las personas que incumplen las normas porque sí, porque ellos lo valen.
Conozco gente que ha perdido años de vida intentando organizar la circulación en un pequeño almacén donde coinciden carretillas, camiones y peatones. Teniendo en cuenta los recorridos que han de hacer cada uno de ellos, establecer las zonas de paso, los cruces, espejos para mejorar la visibilidad y las instrucciones para que todos los movimientos se hagan con la mayor seguridad posible. Y no hablo ya de intentar que se cumplan las normas, que eso da para una enciclopedia.
Cuando se diseña y gestiona el tráfico, ya sea de un almacén, una ciudad o la red de carreteras, hay una serie de herramientas para facilitar ese trabajo. Aquí vamos a hablar de una de ellas que además tiene muchos matices: Los coeficientes de seguridad.
Cuando se diseña cualquier elemento se recurre a los coeficientes de seguridad para garantizar que tu equipo va a cumplir con las especificaciones indicadas. Por ejemplo, a un ascensor diseñado para 4 personas (320 kg) se le aplica un coeficiente, supongamos de 1,5 de manera que es capaz de levantar hasta 480 kg. Con eso nos aseguramos de que, salvo avería, siempre podrá levantar esos 320 kg con un desgaste mínimo y además una pequeña sobrecarga puntual no producirá averías en el sistema.
Con el tráfico ocurre lo mismo. Cuando se pone un semáforo en rojo, el siguiente tarda unos segundos en ponerse en verde, para dar tiempo a desalojar el cruce o por si alguno apura demasiado el ámbar. Las distancias de seguridad se ponen para que nos dé tiempo a reaccionar en caso de frenazo imprevisto del coche de delante y evitar la colisión. De hecho, esa distancia se debe incrementar en caso de lluvia o nieve debido al aumento de distancia de frenada por la reducción de la adherencia de los neumáticos. Y así muchas cosas más.
El caso de un ascensor es un sistema más o menos simple ya que principalmente se tiene en cuenta el peso que se quiere mover con el ascensor y los pisos a moverlo y aunque la gente sepa que hay un margen de confianza para sobrecargar el ascensor, los equipos suelen estar equipados con limitadores que impiden la sobrecarga. El tráfico, sin embargo, es un sistema extremadamente complejo, por la cantidad de diferentes elementos, de variables, de personas… y además en muchos de ellos no se puede poner limitadores por lo que se depende de la voluntad y conocimiento de los usuarios.
Estos controles, deben estar bien dimensionados, ya que hay que conjugar la seguridad con el coste de los elementos y, en el caso del tráfico, mantener la fluidez de éste. De poco serviría dejar un minuto entre que un semáforo se pusiera en rojo y el siguiente se pusiera en verde, ya que, aunque en teoría se eliminaría el riesgo de choque en el cruce, en la práctica sería un sistema inviable, retrasaría mucho el tráfico, desesperaría a los conductores y posiblemente haría que empezaran a saltarse el semáforo.
El problema, es que los incumplimientos de las normas disminuyen estos coeficientes, aumentando el riesgo de sufrir un accidente para todos los elementos de la vía. Y no solo eso, también pueden empeorar las consecuencias en caso de sufrir un accidente.
Por ejemplo, cojamos a un conductor que va a 180 km/h en una autovía/autopista, porque sí, porque él controla mucho y nadie le tiene que obligar a tardar más en el viaje, pudiendo hacerlo más rápido. El primer factor para tener en cuenta es que esos 60 km/h de más, tienen muchas implicaciones. En primer lugar, aumenta la distancia de reacción, es decir, el espacio recorrido en caso de cualquier incidente que en caso de ir a 180 km/h es de 50 metros que se recorren antes de poder hacer algo. Esto sumado a la distancia de frenado, que en seco sería de 162 m nos da una distancia total recorrida para detener un vehículo en caso de emergencia de 212 m, más del doble de los 105 m necesarios para detener un vehículo circulando a 120 Km/h en caso de emergencia.
Eso sin contar con que las consecuencias de un accidente a 180 km/h van a ser bastante más graves que uno a 120 km/h. la energía generada por un coche circulando a 180 km/h es 2,25 veces mayor a la generada a 120 km/h.
Esto quiere decir que nuestro “concienciado” conductor, según va incrementando la velocidad, deja de depender de sí mismo (aunque en realidad nunca lo hizo del todo) y empieza a depender de que todo funcione como debe, se va quedando sin margen de maniobra ante cualquier incidencia. Se queda a expensas de que no haya un reventón, de que no aparezca una zona de baja adherencia ya sea por agua o hielo, de que no se cruce ningún animal y de que el resto de los conductores hagan lo que se supone que deben hacer… pero este inconsciente no se acuerda de que siempre hay alguien que va empanao.